sábado, 27 de agosto de 2016

Mis compañeros de viaje en colectivo

Un adicto religioso que se la pasa murmurando, rezando un rosario. Tiene perfil de testigo de jehová pero nunca lo vi un domingo tocando timbres.
Un hombre flaco con bigote, pantalón de traje, camisa blanca, tan fina que se le ve la piel. Viaja siempre con un chico que podría ser su hijo. Y siempre que subo mira a su hijo y veo un gesto como de confirmación. Lo que me hace pensar que es un narcotraficante mexicano.
Una morocha, flaca, muy prolija a la que creo, algunos, miramos con ganas pero al saber que bordea los 40 y está desesperada por tener un hijo, no importa con quién, la sensación es de querer huir.
Una gorda rubia, mirada huidiza, víctima, creo que nunca la voy a poder ver a los ojos ni dirigirle un saludo con la mirada.
Hay un ex-convicto, tiene ojos locos, mira para todos lados. Usa siempre remeras que le quedan grandes. A pesar de que él es muy grande. Como si hubiera adelgazado en la cárcel. 
Una señora grande que busca temprano en el kiosco los últimos crucigramas no puede dejar de hacerlos mientras viaja y putea cuando el colectivero agarra un pozo o frena de golpe.
El colectivero, un gordo, morocho que, por lo general, va lento mientras revisa su celular, contesta mensajes y en la parada donde está la verdulería siempre se prepara para cargar a uno de los verduleros que descarga cajones, hincha de River.
Un hombre grande, pelado, de saco y camisa, sin corbata que siempre lleva bajo el brazo el diario y se sienta en el cuarto asiento de la fila de uno.
Un mozo de "La Farola" que podría ser pariente del Chapo Guzmán sube y en voz alta dice: "Buen día". Un día me habló y ahí me enteré que era mozo de "La Farola" y no un narco mexicano y cosas que ya no me acuerdo. Pero yo desconfío tanto de los que levantan la voz como de los que hablan tan bajo que no se les entiende nada. Lo que me lleva a pensar que no todos los mexicanos son narcos, pero eso sí, todos tienen bigote.