miércoles, 5 de octubre de 2016

La psicopatía enaniza o el enanismo psicopatiza

Una persona que se puede soportar apenas un segundo y gracias. Podría caerte, en una de esas, simpáticamente enfermo. Parecerte, incluso, minuciosamente particular; lo que, a veces, se dice un personaje. Atendiendo además a su risueña corta estatura que le da aspecto de enano de jardín o maligno duende avaro. Puede alguien cultivar esas amistades vacuas y siempre interesadas u obligadas, que en breves diálogos no se alejan de lugares comunes, de frases hechas, repetidas día tras día tras día como un ritual. El propósito de todo ritual es fijar en la mente algo para que nadie pueda venir después a contradecirlo. Ni la realidad, ni otras personas, pero, sobre todo, ni siquiera uno mismo. Cualquiera rasca, hay una cáscara vacía, no hay más que eso, palabras incorpóreas. Como la ostia. Como las frases que uno está obligado a repetir en una misa. Neuróticos estímulos, psicóticas actitudes de una persona que nunca hace otra cosa más que espamento, alharaca. Humo, puro humo y actuación, un repetido papel que recuerda a El día de la Marmota pero al revés. En vez de ser el protagonista quien se da cuenta que vive una y otra vez el mismo día es el resto de la gente. Él cree que todos los días son una aventura sin igual, o quizás que todos los días presentan un desafío, una batalla, como si el peligro acechara en cada esquina de la ciudad y aferrarse a las mismas frases dichas una y otra vez, exactamente las mismas palabras y el orden que facilita la dicción, le permitieran sobrevivir, anclarse en un presente absoluto y protegido. Como si las frases repetidas lo acunaran como, tal vez, nunca lo hizo su madre.