viernes, 3 de febrero de 2017

La calza negra y el billete en un bolsillo olvidado

Salgo del curso hambriento de ver, de leer en la calle algo para contar. Envidio a los que están en la vereda de Perú en las mesas de bares que sirven cerveza en vasos que parecen de publicidad. Me cruzo con una chica que lleva una calza negra, parece una nueva moda. Hay de colores o con dibujos. Me acuerdo de una gris con manchas negras pero, fuera de eso, son, la mayoría, negras. Viendo que todo tipo de mujer la usa dentro de un rango aproximado de entre veinte y treinta y cinco, cuarenta años (no sé por qué pero la edad cuando es cercana a la mía tiende a volvérseme indefinida en la mujer) la primera sensación cuando, a lo lejos, parece venir una calzada (en calzas, no confundir) es como encontrar un billete en un bolsillo de un pantalón o de una campera. Lo podés encontrar lavado, hecho una masa de papel indefinida, eso probablemente pase con el pantalón. Y otras veces está sano, generalmente en el bolsillo de una campera olvidada, dejada de lado porque de golpe cambió el clima y vino el calor. Vuelve el frío y la campera se recupera y es tanto el frío que metés las manos en los bolsillos y tocás un papel rugoso, un billete perdido y una sonrisa se dibuja en tu cara. Pero también puede ser de $5 en vez de $100. Y si es una campera muy vieja hasta pueden ser australes o patacones. La calza puede volverse una bendición que dibuja a la perfección ese culo marcado que copia una forma divina pero también puede desnudar los defectos de flacidez y celulítis dejando un sabor decepcionante en la vista bastante repulsivo.